Es innegable que una innumerable cantidad de gadgets y elementos tecnológicos que ya forman parte de nuestro día a día, bien surgieron por investigación militar, por pruebas fallidas o simplemente nacieron con alma de juguete.
Lejos queda aquella época, donde los fans del aeromodelismo hacíamos volar nuestros modelos de aviones de época, con sus pequeños motores alimentados con combustible líquido, en los campos específicamente diseñados para este deporte. No habían sido pocos, que debido a un infortunio, podían acabar estrellándose en vuelo o bien contra el suelo, provocando un pequeño incendio, debido al combustible inflamable. Todo, dentro de una normalidad y aceptación absoluta.
Después re-nacieron los drones, unas máquinas que alguien consideró “diabólicas” y como resultado de un proceso inquisitivo, se las etiquetó de altamente peligrosas para la seguridad de las personas, el espacio aéreo y la salvaguarda de la intimidad ajena.
No voy a entrar en el campo de la seguridad de las personas, porque al fin y al cabo, todos podemos llegar a ser el blanco de cualquier objeto que nos caiga del cielo. En cuanto al espacio aéreo, suerte tendremos si con la nueva normativa europea por parte de EASA, conseguimos redimensionar los CTR a simples pirámides lógicas de aproximación y despegue del tráfico aéreo, porque, es innegable, que si en el límite norte del CTR de Barcelona, sobre la vertical de la costa del Maresme, nos encontramos un Airbus 330 a menos de 400 pies de altitud, el menor de nuestros problemas y el de la población en cuestión, no será un dron sobrevolando la playa a esa altura para tomar unas fotos de la costa.
Dicho esto, entramos en la irritante “cultura” del oportunismo y de la hilarante picaresca que nos caracteriza, es decir, la generalizada falta de respecto por la profesión y el valor del trabajo ajeno.
Tras una evidente falta de desarrollo y cumplimiento de una legislación técnicamente lógica y ecuánime, bien es cierto que llegará un momento, y abogo por ello, que cualquier uso de un RPAS / dron, deberá ir acompañado de su certificación oficial como piloto y control médico, así como su oportuna documentación como operadora aeronáutica registrada, pues cualquier imagen tomada, puede ser preceptiva de ser monetizada.
Es por ello, que el poder legislativo en esta materia, y seguramente, poniéndose en contra al sector de la industria y retail de los drones que se venden para su uso “recreativo”, deberá dar un paso al frente, y eliminar de su diccionario el uso “recreativo” de los RPAS. Con ello, ganaremos en seguridad, la profesión tendrá posibilidades de sobrevivir, y sobre todo, tal vez conseguiremos eliminar la etiqueta de “aparato diabólico”, a una herramienta de presente y futuro, que ya está revolucionando todos los sectores económicos de nuestra sociedad, aunque no sea con la velocidad que nos gustaría.